Ellen


Cuando Ellen la llamó, su corazón dio un vuelco. Mientras la escuchaba hablar, notó como un nudo se le formaba en el estómago, a la vez que ella retorcía el cable del teléfono.¿Cómo la había encontrado? ¿Cómo sabía de su existencia?

Ella había cambiado de vida, ya no era la misma.

Ya no frecuentaba antros ni garitos de mala muerte, ya no recordaba los apodos de los narcos de la ciudad, ya no tenía memorizadas las líneas de metro que llevaban a los habituales puntos de encuentro. Ahora era distinto, no quería volver a una época de su vida que pasó huyendo de todo, escondiéndose de las personas que intentaban ayudarla, corriendo mientras se sentía perseguida. Aún así, accedió a quedar con ella.

Fue en un bar del Village. A mediodía, cuando el Sol está más alto y no hay ninguna posibilidad de sombra. Ella sabía lo peligrosa que era Ellen en la oscuridad.

Mientras esperaba sentada al lado de la ventana, miraba nerviosa a la calle,  esperándola. De pronto, vislumbró una figura que entraba por la esquina, al otro lado de la acera. Vestida de negro, con elegancia: unos tacones altísimos y un gran chal que contrastaban con un falso pelirrojo color caoba, seguramente de reciente adquisición. Y tambaleándose, como siempre. Era probablemente la mujer más inestable del mundo, en todos los sentidos de la palabra.

La abrazó efusivamente y se sentó, tirando un gran bolso sobre la silla de a lado.

-      - ¡Jenny! Vaya, si que has cambiado- dijo mientras le acariciaba un mechón de pelo que ella se apresuró en recuperar-

-      - ¿Qué quieres, Ellen?- preguntó a bocajarro, intentando disimular que el pie le temblaba debajo de la mesa-.

-      - ¡Cuanta amabilidad para una vieja amiga, Jenny! No me lo esperaba de ti, siempre fuiste tan dulce… por eso te adoraban todos los chicos- y dibujó su sonrisa más socarrona mientras continuaba. –sólo necesito un pequeño favor. Es importante, sino no te lo pediría, se que estas rehabilitada.

-      - Ya no me muevo por esos ambientes, Ellen, no quiero saber nada- y cuando se disponía a levantarse, Ellen la agarró enérgicamente del brazo y la forzó a sentarse otra vez, manteniendo siempre en los labios una adorable y terriblemente falsa sonrisa-.

-       - Es importante, Jenny: tienes que encontrar a Klaus.

Y en ese momento, un escalofrío recorrió su espina dorsal, y sintió como el pasado la alcanzaba sin que ella pudiese hacer nada para evitarlo.

El espejo


Le miró a través del amplio espejo del baño, y se dio cuenta de que desconocía lo que estaba al otro lado. El cristal le devolvía una imagen difuminada, una figura borrosa que se lavaba los dientes mientras ella se quitaba las últimas horquillas del pelo. Un hombre que ya había perdido la mayor parte de su atractivo anterior, con canas en los pocos espacios que le sobrevivieron a la alopecia. Arrugas por todo el rostro, que si bien en algunos momentos pueden hacer que una persona resulte más interesante, a él le desfavorecían, formando grandes surcos donde antes ella posaba sus labios.

Hacía ya mucho que no le amaba, o al menos, no como al principio de su matrimonio. Había llegado a un punto obsoleto de rutina, y lo que antes era amor, al principio fogoso y carnal, luego sereno y maduro, se había convertido en un cariño, que ella creía profundo, y que en muy raras ocasiones (muchas forzadas por los acontecimientos: aniversarios, cumpleaños...) pretendía reavivar las pocas brasas encendidas que quedaban de un amor ya apagado, por el desgaste y el paso del tiempo.

Pero en aquel momento, frente al espejo, ese cristal que muchas veces nos da bofetadas de realidad, lo único que le inspiró su marido fue lástima. Un ser quejumbroso, pesado, desgastado,... inútil. Ya no había cariño, ya no había recuerdos. Ya no quedaba amor.


The Sweden Girl


Era sueca. No podría haber sido de otra forma. Tenía el pelo muy rubio, de ese color al que sólo le falta clarearse un poco para convertirse en canoso. En el momento en que la conocí, bebía lentamente una taza de té en una pequeña cafetería en las afueras de la ciudad. No era un local especialmente encantador: las mesas y las sillas eran de metal, y en un intento de hacerlo más agradable, su dueña había colgado estampitas y postales con celo en la parte posterior de la barra.

Pasó una página más de la revista, provocando que mi pelo se moviera my sutilmente. Estaba lo suficientemente cerca suya como para percibir su perfume, muy suave, con notas florales muy delicadas.

Quizás mi taburete rechinó, o mi nariz se movió de un modo suspicaz intentando captar mejor su fragancia, ...sea como fuere, se apartó con un soplido el flequillo de la cara y, mirándome fijamente con unos intensísimos ojos grises, me dijo:

-¿Quieres que compartamos la revista? Porque pareces muy interesado en este artículo-

Y en aquel momento, justo después de noquearme con su irónica sonrisa, Katja debió de pensar que yo era mudo.

La familia del tío Frankie


"¿Sabes? Me recuerdas a mi tío Frankie", me dijo Juliette mirándome muy fijamente mientras encendía un cigarrillo.

A pesar de que llevaba ya diez años viviendo en nuestro país, seguía teniendo ese acento francés que, combinado con su boca, hacía que todo lo que dijese resultara interesante para mi. Hasta su tío Frankie.

"Mi tio Frankie vivía en una enorme casa de la Provenza. La compró al casarse con su primera mujer, Ellinor. Ella era inglesa, creo, y era una gran mujer. No era buena persona, pero si una gran mujer. Era la madre de mi prima Ellie. Ellie, una niña terrible. Recuerdo que Ellie siempre cogía cigarrillos de la pitillera de su madre, y después nos ibamos a deambular por el bosque. No se si mi tia se enteraba... el caso es que nunca le dijo nada. Murió cuando Ellie tenía doce años.Después mi tio se volvió a casar, con una española, María. María era más tranquila que Ellinor. Ellie nunca le tuvo demasiado cariño, ni a ella ni a sus hermanastros, León y Amelia. Los trataba como si fueran invitados, que se iban a marchar en un par de semanas. Pero ella terminó yéndose antes..."







Verano 2oo8



Este ha sido mi verano de transición entre el instituto y la universidad, y los viajes, las aventuras de verano, la sal y la arena de las playas en la piel y las salidas nocturnas me han tenido felizmente ocupada :)


Con la llegada de un otoño precoz, vuelvo a escribir mis historias, cuentos y relatos cortos. Ojalá los disfruteis tanto como yo mientras los imaginaba, y por supuesto, espero ansiosa cada uno de vuestros comentarios, que me hacen siempre tantísima ilusión.





Muchas gracias y feliz rentrée!!

:)

La vieille femme


Mientras se tomaba la sopa de pescado, Marguerite Dupont giró la cuchara pretendiendo, como hacen los niños pequeños, ver su reflejo girado en ella. Aquella cuchara de plata pertenecía a la cubertería de su ajuar de bodas, y tenía por tanto más de 50 años. El cubierto ya no reflejaba su imagen: su superficie estaba rallada, y el pulido había desaparecido hace mucho tiempo, fruto de los estropajos. Ya no brillaba, pero seguía siendo hermosa. Antes siempre guardaba esta cubertería para los eventos especiales. Pero cuando cumplió 70 años, consideró que el día a día ya era algo especial, y empezó a utilizarla diariamente.

Monsieur Dupont había fallecido muchos años atrás. Sus hijos ya se habían casado y tenían vidas propias en diferentes ciudades. Las visitas se espaciaban y ya sólo los veía dos o tres veces al año. Marguerite estaba sola. Seguía viviendo en un antiguo edificio en una pequeña calle de París. Paseaba por la calle o iba a los jardines, hacía los recados, se apuntaba a cursillos,... intentaba mantenerse ocupada.

No había hecho grandes cosas en su vida. Había sido una mujer normal, con problemas de gente corriente. A veces tenía días grises, y pensaba que ya estaba harta de vivir, sola, y se sentía desgraciada por no tener a nadie, y verse a si misma como una de esas mujeres mayores (esas "vieilles femmes") que tanto había detestado hace ya muchos años, y que sólo parecían saber pasear y tejer.
Después se lo pensaba mejor. No había hecho grandes cosas en su vida, pero aún estaba a tiempo. Y soñaba con ser, por ejemplo, la mujer más longeva de Francia...

Sarah


Cuando se dio cuenta ya era demasiado tarde. Huía de casa, prefería estar sola en la calle hasta muy tarde, cuando sus padres ya dormían y ella podía acostarse sin sentir ningun mirada de odio clavada en la nuca.

Nunca se lo dijo a nadie. Sintió que quizá debería contárselo a sus amigas, ellas la querían y sabía que la apoyarían y entenderían. Pero nunca la comprenderían. Sentirse mentirosa, despreciada, odiada y rastrera cuando entras en tu hogar es algo que nadie debería comprender.

Y quizá porque estaba ya tan acostumbrada, cada vez pasaba con más facilidad de la indiferencia al odio. Al odio profundo, y eso le dolía. Porque nadie debería albergar tanto odio en su corazón, un odio que amargue hasta a la persona más dulce. Pretendía consolarse pensando que ese odio era el que había recibido y acumulado a lo largo de los años. Y eso la enfurecía aún más. ¿Por qué la odiaban?

Y un día, en uno de sus largos paseos sinsentido, en que sus manos se cerraban cada vez más frecuentemente formando puños, su ceño se fruncía y soltaba un desagradable "¿qué miras?" a cualquier transeúnte un poco despistado, lo vió. Nunca se habían hablado, llegando a despreciarse mutuamente, pero en aquel momento relajó sus manos y caminó con paso firme hacia él. A pesar de no llevarse bien, a pesar de mantener una relación inexplicable de complicidad no acordada, sabía que él siempre estaba allí. Aunque estuvieran las amigas, aunque estuviera el resto de su familia... él siempre estaba allí, en silencio.

-Jamie, estoy mal...

Y Jamie la abrazó en silencio, muy fuerte, y espero con paciencia a que todo el odio que Sarah tenía saliese de su interior.

Jane Doe


¿Quién era ella? Jane Doe, Bala Perdida. Deambulaba por las calles, generalmente muy despacio. Miraba con curiosidad a la gente, en ocasiones de un modo escrutador y molesto. Se paraba con frecuencia frente a los puestos de los mercados, fijándose en todos los productos, tocándose los labios con los dedos, fingiendo que dudaba y que iba a comprar. Nunca lo hacía.

Tenía un aire infantil. Parecía que ella misma se hubiese cortado el pelo, de forma irregular. Unos cuantos mechones le caían sobre la frente. La nuca despejada, el pelo recogido en trenzas para evitar el intenso calor de una gran ciudad tropical. Llevaba un vestido desgastado, de lino, de color un blanco sucio, con pequeñas roturas en el cuello. No estaba ceñido, no acentuaba las escasas curvas de un cuerpo adolescente. A veces lo cambiaba con una camiseta de hombre y unos pantalones vaqueros cortados. Esto era aún más horrible, pero ella siempre estaba hermosa.


En ocasiones parecía que te miraba fijamente a los ojos, pero después te dabas cuenta de que miraba más lejos, a la nada, a través de ti. Sonreía pícaramente cuando estaba con los niños de la calle, se lo pasaba bien con ellos, aunque no encajaba. No encajaba en ninguna parte.


Los viejos verdes la miraban con ojos libidinosos. Lo jóvenes la llamaban haciéndole proposiciones que cualquiera consideraría indecentes. Las mujeres se ponían celosas y la criticaban por ir provocando. Pero ello no provocaba, no lo hacía adrede. Ignoraba lo que le decían, y continuaba caminando lentamente, perdiéndose entre el aire caliente y el humo de las motos, hacia los barrios marginales. Allí, creían todos, era donde vivía.


¿Quién era ella? Jane Doe, una bala perdida en una gran ciudad tropical.

Edith


"... él ya no te quiere. Nunca te quisó ni te querrá. Si fingió quererte fue por compasión. Pero ya no te quiere.Nunca..."


Portazo. Y lágrimas. Lágrimas como gotas de lluvia, grandes, llenas de dolor. Una profunda necesidad de gritar, de chillar, pero ningún sonido salió de la boca de Edith. Lloró en silencio, tapándose la boca con una mano temblorosa.

Cayó al suelo, arrastrándose por la pared, lentamente. Sus piernas ya no respondían. Y allí, en el suelo, Edith se hizó más pequeña, se pegó como pudo a la pared, intentando protegerse de los gritos que Jonah seguía lanzándole a través de la puerta. Puñales que se clavaban hondo, unos sobre otros.

Una mano sujetaba su boca, muda y desencajada por el dolor. La otra bajó al pecho, clavándose las uñas en la piel. Un intenso dolor, centrípeto, que la resquebrajaba por dentro. Su mano intentaba sujetar esos fragmentos, ya rotos, que parecían desvanecerse entre sus dedos. Igual que las lágrimas que caían desde la cara. Un gran vacío interior, que precisamente por ser vacío era tan doloroso.

Y al otro lado de la puerta, ya sólo había silencio.

Cecilia y Amanda


La vió en la fiesta. Sentada, hablando tranquilamente con unas chicas que se acababan de acercar. Llevaba un vestido corto, color lila, y una preciosa banda en el pelo. Bailarinas negras. Sencilla pero elegante, tal y como ella misma habría ido a su edad. Y en ese momento, Cecilia decidio que Amanda sería su hermana pequeña, su protegida, su continuación.

Abandonó el grupo que la rodeaba, grande y lleno de gente importante ( los años de experiencia la convirtieron en alguien muy admirado), que contrastaba con el de su futura pupila. Amanda le encantó enseguida. Siempre sonriente y complaciente, agradecida, inocente pero con picardía, y desde luego muy inteligente.

Se la llevó de compras, le enseñó los mejores restaurantes y bares, la presentó a encargados de tienda y maîtres. Le enseñó la mejor vida de la ciudad, la admirada y envidiada por todos. A los mejores, a los más conocidos. Cecilia disfrutaba enseñándole a Amanda todos sus conocimientos, adquiridos con los años.

Amanda, sencillamente, la adoraba. Siempre la había admirado, en silencio. Y siempré pensó que quería ser así cuando estuviera en la Univerdad. Conocer a todo el mundo y que todos te conozcan. Admiraba también la capacidad de Cecilia para ocultar sus problemas hacia el mundo. La popularidad acarrea problemas, que se suman a los anteriores. Cecilia no los superaba siempre, pero los ocultaba con maestría. Puede que en su interior estuviese triste o furiosa, o que odiase a la persona con quien estaba hablando, pero siempre parecía feliz, perfecta. Amanda sólo aprendió a distinguir con el tiempo cuando fingía.

Blair Lane

Blair Lane se despertó aquella mañana nada más sonar el despertador. No se molestó en buscar las zapatillas, que se habían metido debajo de la cama, y caminó lentamente hasta la ventana. Otro dia de lluvia.

Salió de la ducha y encendió la radio mientras se secaba y buscaba la ropa en su armario. Al oir que ya eran las ocho, se apresuró a la cocina y abrió la nevera. Cogió mantequilla y mermelada y untó las tostadas desordenadamente. Se comió una mientras aireaba la colcha y recogía la mesa, empujando todos los papeles y bolígrafos hacia el bolso. Cogió el móvil de la mesilla y se pusó el abrigo mientras caminaba hacia la cocina y arrancó un trozo de papel de cocina para coger la segunda tostada. Abrió la puerta (de nuevo atrancada) con dificultad y empezó a bajar las escaleras mientras se abrochaba el abrigo y sujetaba la tostada (papel incluído) con la boca.

Tropezó con Ben en el segundo piso. Ella aún no sabía su nombre, porque era su nuevo vecino. Y el que sería su amor durante los próximos cinco años. Pero en ese momento, Ben sólo consiguió que Blair tragase sin querer un trozo de papel, y lo único que ella le dió a cambio fueron un par de insultos, que se seguían oyendo mientras bajaba rapidamente la escaleras y daba un sonoro portazo.

Coffee girl


Nunca intentó llamar mi atención. Mil chicas a mi alrededor, coqueteando conmigo y haciéndome preguntas. Y ella estaba allí, sentada en el sofá, hablando con su amiga y riéndose. Y tomando café. Siempre tomaba café.

A veces (pocas) llegaba antes que su amiga. Entonces se sentaba en la barra y hablaba con el camarero, o se ponía a leer un libro o una revista tranquilamente hasta que su amiga llegaba. Hacía que esperar no fuese patético, sino elegante.

Quizá el hecho de que ella fuese la única chica de mi edad que no se me acercaba era lo que más me cautivaba. Tan tímida pero tan activa con sus amigas. Una personalidad interesante.

Tuve que reunir valor para acercarme a ella. Pocas veces me había puesto nervioso cuando me acercaba a una chica. Pero ella era distinta, ella no estaba interesada. Me acerqué a ella cuando estaba de espaldas y la saludé entre titubeos.

Ella se giró y me miró, hacía arriba, haciendo una mueca extraña, como quien acaba de enterarse de que algo esta pasando. Después sonrió, y se hecho a reír. Sus ojos brillaban...

Postales de amor


Todos los días recibia una postal. O por lo menos ella le enviaba una a diario. Pero el correo no tarda lo mismo en llegar desde Saigon que desde Los Angeles. June abría el buzón. A cualquier niña de tres años le gusta bajar la banderita roja y entrar con cartas y paquetes en casa. Sophie se encargaba de auparla.

Las niñas casi no conocían a su madre. Venía por Navidad y en Pascua, pero sólo se quedaba un par de semanas, como si fuese incapaz de afrontar que tenía hijas y un marido. Un marido. Joshua recibía sus postales con resignación. Sabía que su mujer no soportaba su vida, la realidad, y lo aceptaba porque sabía que asi ella era feliz.

Joshua ya no recordaba su propia felicidad. Vivía en una casa heredada, que nunca llegó a reformarse, con dos niñas pequeñas que, todas las mañanas en el desayuno, le traían postales llenas de amor...
De amor desde Australia, Noruega, Suráfrica, India,...

Perfecto


"...Te mentí. No es cierto que le haya olvidado. No es cierto. A pesar de creer que ya no había nadie más, que ya no pensaba en nadie, él siempre estaba ahí, siempre. Estaba tan acostumbrada a su presencia que ni le notaba, y sin embargo sería incapaz de deshacerme de él, de olvidarle.

Siempre creí que podría olvidarle, que podría prescindir de él. Somos tan diferentes... o quizás tan parecidos... En cualquier caso, incompatibles. Pero probablemente, de haberlo intentado, seríamos perfectos. Pero nunca lo hicimos. Sería esforzarse demasiado, y quizá no valía la pena.

Siento haberte mentido, de veras. Pero me avergüenza quererle, quererle demasiado. Siempre he confiado en ti..."

Segundo


Pasó de largo, como siempre. Nunca esperé algo distinto. Jo hacia años que ni se dignaba a mirarme. Tampoco yo lo hacía. Todo cambió cuando Katie desapareció.

Katie apareció el primer día de clase, tarde, y se sentó a mi lado. Era muy guapa y parecía mucho mayor que cualquiera de nosotras, quizá por eso muchas chicas se dedicaron a odiarla. En un par de meses, Katie reunió a su alrededor un variopinto grupo de amigos. Todos veníamos de grupos diferentes, y no teníamos nada en común, excepto ella.

Conseguía llevarse sorprendentemente bien con todo el mundo, fueran mayores o más pequeños, chicos o chicas (siendo las últimas más proclives a mirarla de mala manera). Poco a poco empezamos a quedar fuera del instituto. Reíamos, jugábamos, pasábamos las tardes en las plazas de la ciudad,... nunca sacamos fotos. Nunca hicieron falta. Recuerdo perfectamente todos aquellos momentos.

Katie nos unía a todos de tal modo que te llevabas bien con gente a la que antes ni saludabas. Todos sentíamos una mezcla de pena y admiración por ella. No era una buena chica: sacaba notas bastante mediocres, solía meterse en líos y tenía siempre un par de problemas alrededor, pero tenía un magnetismo que nos mantenía pegados a ella. Nunca fue mala con nosotros. Rompió un par de corazones, pero eso siempre pasa. Sabías que siempre podías contar con ella, fuese la hora que fuese, te iria a buscar, te metería en un taxi y te llevaría a casa.

Quizá nosotras, por ser diametralmente opuestas, nos llevábamos especialmente bien, y teníamos más confianza que con el resto del grupo. Muchas veces quedábamos antes, y fue ella quien me aficionó al café.

Un buen día desapareció. Dejo de ir a clase paulatinamente, hasta que un día los profesores nos dijeron que se había desmatriculado. Nunca más supimos de ella, y el grupo fue disolviéndose poco a poco, como si ya no hubiera absolutamente nada en común, a pesar de todo lo que habíamos pasado juntos.

Ni Jo ni yo, ni ninguno del grupo, mantenemos el contacto aún. Nos vemos por los pasillos, pero bajamos la mirada, como si nos avergonzase no mantener el contacto, como si no estuviésemos haciendo lo que ella querría. Cuando alguno levantaba la vista por casualidad, se cruzaban miradas cómplices, de recordar a una persona que ninguno olvidará nunca.


A Nuria

Días de verano




Las noches de verano eran sin duda las mejores. El deambular por la calle y terminar descalzas en la playa se hacía habitual, y el calor bajo el sol se convertía en una suave brisa de noche que nos empujaba suavemente mientras bajabamos a la arena.

Solíamos ir a comer a la playa. Aireen tenía la casa de su abuela cerca y dejábamos alli la sombrilla y un taburete que hacía las veces de mesa. Lo cierto es que ninguna de las cinco tenía dotes culinarias, asi que durante el verano sobrevivíamos a base de bocatas, tortillas, croquetas y palitos de pescado (precocinados, claro). Después nos tumbábamos a echar la siesta, y cuando volvíamos a abrir los ojos, estábamos rodeadas de tanta gente que era imposible moverse. Nos bañábamos, jugábamos a las cartas, reíamos, nos sacábamos fotos,...

Cuando empezaba a ponerse el Sol, volvíamos a casa de la abuela de Aireen, dejábamos allí las cosas, y después íbamos dando un paseo hasta la casa de Caroline, una preciosa mansión colonial blanca, con los marcos y el tejado de color azul. Cenábamos en el porche trasero, en la mesa de madera de haya, sentadas en el balancín y en las sillas de mimbre. Amanda y Caroline tenía por costumbre subir los pies a la silla, dejando las sandalias en el suelo, algo que todas terminamos por imitar.

Al terminar de cenar, llevábamos los platos al fregadero, y subíamos las escaleras que desde la cocina, en un rincón, ascendían al piso de arriba. Nos lavábamos los dientes (en verano el tarro de los cepillos de dientes tenía 4 ocupantes más) y nos preparábamos para salir entre la habitación de Caroline, hurgando en su enorme vestidor que llevaba acumulando ropa desde hace años, y su baño, apretujándonos frente al espejo. En verano, quizá porque el ambiente general era más relajado y natural, no nos preocupábamos tanto por arreglarnos como en invierno. Raro era el día en que alguna llevaba tacones, y nuestro maquillaje no solía exceder de un simple khôl y algo de colorete, con cacao para los labios. Los únicos adornos y excesos se limitaban a cintas en el pelo, muchas pulseras diferentes y variopintas y algún colgante que Amanda nos hacía con cuentas a las demás.

Bajábamos por la calle principal, caminando mientras nos reíamos, tropezábamos (en el caso de Caroline, sucesivas veces), cantábamos y bailábamos, y posábamos para Carol, que nos acosaba con sus fotografías.

Sería imposible resumir el transcurso de la noche. Bailábamos como locas al ritmo de cualquier música, como si cada noche fuera la primera del verano. Encontrábamos a gente nueva y vieja, revisionábamos amores de verano, nos dispersábamos, y a en ocasiones no nos volvíamos a ver hasta la playa.

El final de la noche era lo mejor.Las cinco tiradas en la playa, adormiladas, diciendo tonterías y riéndonos por una mezcla de somnolencia y resaca. Vernos dese el paseo debía de resultar un pequeño espectáculo: Aireen, de larga melena pelirroja, se reía y empujaba a Caroline, de melena con preciosos bucles dorados, levantaba sus largas piernas mientras cantaba canciones que ella misma inventaba; Amanda, de melena rubia y muy lisa, estaba en el centro, adormilada, y se reía a ratos cuando cogía el hilo de alguna conversación; Marie y yo, de melenas castañas, éramos sin duda las más tranquilas del grupo, y nos sonreíamos escuchando lo que decían las demás. Lo cierto es que ese momento, justo antes de irnos a casa para dormir por la mañana, era para mí el mejor del día.

Después el verano terminaba. Yo volvía a Londres, Caroline se iba a Barcelona, Amanda a Alemania. Las únicas que se quedaban en la laya eran Aireen y Marie. Pero no era lo mismo, y de esa época ya sólo quedan los recuerdos...

Beautiful girl

No era la más guapa. Solía llevar el pelo recogido en una coleta medio hecha, con prisas y que echaba con brío hacia un lado. Sus ojos eran marrones, normales, ni grandes ni pequeños, pero si es cierto (me fijé más tarde cuando Jackie me lo dijo) que con ellos escrutaba cada detalle de lo que veía, y los movía con avidez, buscando siempre algo nuevo que descubrir.

Hasta su nombre era normal. Jane Smith.¿Cuántas Jane Smith debe de haber en el mundo? Seguramente sea el nombre más común que puedas encontrar. Pero nada de eso importó.

Cuando la ví, miraba con interés unas flores en el jardín. Se acercaba y alejaba gradualmente (lo cierto es que en ese momento parecía una loca). Ni se dió cuenta de que me acercaba, hasta que estuve justo detrás de ella. Levantó la cabeza y se dió la vuelta rapidamente, golpeándome en la cara con su melena. Me miró mientras se recogía desordenadamente el pelo con una cinta, y cuando terminó, sonrío de forma brusca y nerviosa.

-Charlie, ¿qué...qué miras?

Yo nunca la había visto con vestido. Y la besé.

VOGUE

El 20 de cada mes. Puntual. Llegaba a las 5.40, justo después de terminar su clase de francés.
Venía a hurtadillas, sin que sus padres lo supieran (siempre consideraron la moda algo tremendamente superficial), y eso se notaba en que entraba de puntillas, abriendo cuidadosamente la puerta, y se acercaba sigilosa hasta la barra. Le costaba auparse en los taburetes altos, porque aunque yo le calculaba 8 o 9 años, era bastante bajita para su edad.

Más tarde averigüé que se llamaba Sybilla.Sybilla Aneeth.Nueve años, "recién cumpliditos", decía mientras apuntaba alto con el dedo , pero se vestía como una persona mayor. Como una persona mayor que vestía muy bien. Bailarinas con broches, lazos de terciopelo, vestidos cuidadosamente escogidos,...

Nada más llegar, sonreía al camarero y le decía muy suavito "un batido de leche, por favor", y en cuanto este se daba la vuelta, se subía al taburete para alcanzar la revista que estaba detras del mostrador. La VOGUE. Primero observaba con tranquilidad la portada, calibrando la fotografía, y miraba con detalle las distintas secciones. Después pasaba lentamente las paginas de anuncios, observando a las modelos con aquellos trajes, aquella disposición,... parecía que quisiera aprenderselo de memoria.

Cuando por fin llegaba al indice principal, llegaba el batido (lo que prueba que no era un café especialmente rapido, porque todos sabemos cuando anuncios tiene VOGUE al comienzo).Y empezaba a sorber lentamente por la pajita de colores, sin quitar los ojos de la revista. A veces en vez de sorber, soplaba y hacía burbujas... después de todo, era un niña.

Para cuando terminaba de leer la revista, el batido había expirado hace una hora. Al terminar, la cerraba cuidadosamente, como si fuera un obra de arte, y la colocaba delicadamente detras del mostrador, aprovechando el momento en que el camarero estaba de espaldas. Después sacaba una moneda del chaquetón, la posaba (si, si, la posaba, ya hemos dicho que era una niña muy delicada) y se bajaba de un saltito del taburete, caminando feliz, moviendo son alegría sus piernas flacuchas, como si hubiera completado una misión.

Y justo cuando abría la puerta, se daba la vuelta, miraba sonriente el local y su clientela, y lanzaba un largo suspiro.

El intercambio

Nunca olvidaré a Amandine. Recuerdo que hace un par de años hice un intercambio con mi colegio para visitar un lycée francés. Mi corresponsal se llamaba Amandine Toulot, y tenía mi edad. Vivía en un pueblo de la Bretagne francesa, a una hora del lycée.

Cuando llegué solo a la estación de tren (sus padres trabajaban hasta tarde y no pudieron venir a buscarme), Amandine no estaba. Tuve que esperarla durante al menos una hora, pero la espera mereció la pena. Amandine apareció, con una cesta llena de frutas y una preciosa melena pelirroja al viento. Sus ojos, increíblemente azules, escrutinaron toda la estación en mi búsqueda, y cuando me encontraron, sonrieron. Llevaba un vestido de flores desgastado y una rebeca a la que faltaban un par de botones. Las merceditas que calzaba fueron blancas en algún momento, y sus piernas desnudas, delgadas, no tenían la mas mínima imperfección.

Se acercó a mi con una gran sonrisa, de dientes blancos, perfectamente alineados:

-Bonjour, c´est a dire, hola... io me iamo A-man-di-ne... t´es Marc??

Cecilia


Querida Cecilia:

Supongo que te sorprenderá bastante recibir esta carta. Hacía mucho que no sabía nada de tí, pero el otro día encontré entre las cajas de la mudanza unas fotos del verano del 95, cuando aún tenías el pelo largo y lleno de bucles.


Nueva York es más grande de lo que pensaba. La gente siempre va con prisas, pero ya he conocido a gente en el café donde desayuno. Ya hice todo lo que un turista debe hacer y ahora creo que ya empiezo a ser un ciudadano más.


Puede que te preguntes porque me fui así, tan de repente, sin darte explicaciones. Lo cierto es que te quiero, Cecilia. Sentí que, cuando empezamos a salir, mi vida era completa. Pero después me di cuenta de que te quería, te quiero tanto que me dolía. Sufría por no hacerte feliz, lo suficientemente feliz. Por haberme casado contigo y haber sido incapaz de ser un buen marido y darte hijos. Te quería tanto y sentía tan profundamente no hacer que tu vida, que nuestra vida fuese completa. No eras feliz. Y yo lo veía y me carcomía por dentro...


Por eso puse un océano por medio, Cecilia, para olvidarte.Pero eres inolvidable. Sueño contigo y te quiero tanto que no puedo poner el despertador. Esta no es una carta de disculpa. No creo que pueda disculparme, ni tampoco que aceptes mis disculpas. Sólo quería que supieras lo que pasó desde el punto de vista de tu ex-marido.
Espero que no respondas a esta carta. Guárdala, quémala, haz monigotes con ella... pero no respondas. Por favor, no quiero tener más recuerdos tuyos. Me dolería demasiado.


Te quiero,
Joseph

P.D: te envío la carta al teatro porque se que prácticamente vives en él. Espero que tu próxima representación sea muy existosa, y que llenéis el London Theatre.

Marjorie

-... Oye, cariño, en serio, la boda va a salir perfecta- Mathew intetaba tranquilizar a Eve. Su boda, organizada en apenas unos días por premura de un embarazo y una tripita incipiente, se preparó tan rapidamente que no hubo tiempo ni de disimular.

- Math, no va a salir bien. Se ha hecho todo en dos semanas, todo por la locura de mamá, no he escogido el vestido, ni las flores,... no he hecho nada de lo que se supone que debería haber hecho por ser una novia...


- No haberte quedado preñada- la madre de Eve entró como un torbellino en la habitación, un torbellino de color melocotón con sombrerito a juego, y puso a todo el mundo a trabajar- y deja de llorar, Eve, por Dios, que no pago el maquillaje para que después parezca que te pintaron a rayas. Math, ¿dónde está Marjorie? Esa niña siempre está escondida. Búscala, que me va a dar un ataque.

...

-¿May?¿May? Marjorie, en serio, tu tía se va a enfadar mucho como no aparezcas con los anillos en el puñetero cojincito.

Y mientras, Marjorie miraba por la ventana caer las gotas de lluvia, mientras sentía los anillos en su estomago. Al final tendría razón su madre cuando decía que se lo llevaba todo a la boca...