Bárbara


Era una chica de muy extraña. Su forma de vestir era peculiar. No es que vistiese mal, sino... diferente. Hablaba a borbotones, muy rápido y te miraba a los ojos con avidez, como si intentase beber de ellos o descubrir tus más oscuros secretos.

Tenía, además, unas ideas muy particulares. Sobre la muerte, por ejemplo. Decía que podía sorprenderte en cualquier momento, y que por eso ella siempre estaba alerta, esperándola. Porque quería dedicarle su último pensamiento a él.

– Quiero morir tranquila – decía– sabiendo que mi último aliento, mi último suspiro, serán para él, y así moriré con una sonrisa en la boca y con un pensamiento feliz.

Cuando le preguntabas quién era él, se sorprendía y te miraba asustada, como si estuvieses violando su intimidad. Y entonces cambiaba de tema, o bien se daba la vuelta y se iba en otra dirección.

Los pilares.


"El mundo se mueve por amor. Se arrodilla ante él". Esa era la frase favorita de Pilar. Pilar, enamorada hasta los tuétanos de todo en esta vida. De todo: de su familia, de sus amigos, de sus mil conquistas (porque alguien enamorado enamora a cualquiera). Pero también de su ciudad, de la playa a la que iba de pequeña, del café, de las sonrisas, de sus preciosos vestidos, de las películas. Del café otra vez.

Y entonces yo quería que ella me explicara qué hacer ahora. Cuando el amor se te agota, cuando ya no queda más que un corazón roto, muchas lágrimas y una excusa torpe. Cuando ves que el tiempo pasa a través de la ventana, se hace de día y se hace de noche, pero no te das cuenta. Porque estás tan, tan concentrada en el dolor que no ves más allá de los añicos que ahora son tu pecho.

Puede que ni la mayor de las creyentes en la fuerza del amor sepa que decir a alguien que ha perdido el suyo.